Carlos Arévalo
Emilio
Jiménez Gallego
(Melilla, 1923-Alicante, 1987) iba para cantaor serio. De hecho siendo
adolescente ganó varios concursos flamencos que le proporcionaron cierta fama
local en su tierra natal y alrededores. Contaba con una inmensa sensibilidad para entonar sobre
todo fandangos e imitar a voces de maestros como Antonio Molina. Lo que ocurrió fue que un día
tuvo la feliz idea de cantar con acento de simpático morito y gustó tanto que
decidió parodiar aquel personaje. Así que hizo las maletas y a finales de los
años cuarenta se marchó a Madrid en busca el éxito.
Mientras llegaban las oportunidades se ganaba la vida como pintor de brocha gorda. Cuando se presentó la ocasión de demostrar su talento, no lo dudó y ataviado con la vestimenta típica de un árabe -babuchas, túnica y fez-, y acompañado de su guitarra que tocaba con verdadero virtuosismo, comenzó a actuar con enorme aceptación popular. A partir de 1952 y bajo el nombre artístico de Emilio «El Moro», empezó su triunfo por toda España con sus originales recitales en los que versionaba canciones de moda en clave de humor con arreglos aflamencados.
Su nombre llenaba en templos de la diversión como el extinto Circo Price de Madrid y otras conocidas salas de fiestas, boîtes y night clubs. Pronto se convirtió en un estupendo showman y en una de las primeras figuras cómicas del país. Recorrió los teatros españoles formando parte de diversos espectáculos de variedades como Caras conocidas en la compañía de Juanito Valderrama donde también coincidió con Antonio Machín. Emilio «El Moro» realizó varias giras por América donde conoció a cómicos internacionales como Laurel y Hardy y grabó unos cuarenta discos.
A partir de los 70 se comercializaron decenas de cassettes con recopilatorios de sus canciones que causaban verdadera sensación en gasolineras y otros puntos de venta habituales. Entre sus más recordadas parodias musicales con letras disparatadas están El toro y la luna, María Isabel o Mi carro. A lo largo de su amplia trayectoria realizó también alguna participación esporádica en el cine en títulos como Fantasía andaluza, Un cero a la izquierda o La insólita y gloriosa hazaña del Cipote de Archidona basada en la historia de Camilo José Cela.
Terminando la década de los sesenta, su humor que tan bien había encajado en la España cañí, no parecía resistir el paso del tiempo y su popularidad comenzó a decaer. Entonces el artista melillense, aunque seguiría actuando por toda nuestra geografía, instaló su residencia definitivamente en una pedanía de la localidad alicantina de Monforte del Cid llamada Orito.
En el verano de 1987, recién
operado de cataratas, se disponía a fumar un cigarrillo y para ello utilizó un
hornillo de gas al que sin querer debió de acercarse excesivamente. Se le
prendió la ropa y sufrió quemaduras en el 60% de su cuerpo. Tras casi un mes
ingresado y cuando se estaba recuperando, un fulminante infarto acabó con su
vida a la edad de 63 años.
Poco
tiempo antes del desgraciado suceso, el añorado cantautor andaluz Carlos
Cano le había dedicado su canción Las murgas de Emilio el Moro en homenaje a un
hombre que hizo feliz a tantos españoles en tiempos difíciles: «Nos alegró las colas de la leche
americana y el cartón del pobre»,
escribió Cano en su tributo. Emilio fue un hombre bueno cuya misión de
entretener y hacer reír al público, la cumplió con creces. Sólo por ello no
deberíamos condenarlo al olvido y menos en el año de su centenario.
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