Desde finales de la década de los cincuenta del siglo XX y aprovechando el incipiente desarrollismo, las pantallas de cine se llenaron de color, de un color saturado pero alegre que nos permitió disfrutar de los paisajes urbanos españoles en todo su esplendor. Principalmente el Séptimo Arte supo inmortalizar eficazmente las calles y plazas de Madrid con aquella explosión de júbilo y optimismo que nos ofrecían películas como Las chicas de la Cruz Roja (Rafael J. Salvia, 1958), Las muchachas de azul (Pedro Lazaga, 1957) o El día de los enamorados (Fernando Palacios, 1959) por citar tres entrañables largometrajes que, todavía hoy, nos siguen cautivando con su especial encanto y el magnético atractivo que entonces tenía la capital española con sus cines, sus autobuses de dos pisos, sus cafeterías americanas o sus señoriales terrazas.

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