El intérprete venezolano fue un ídolo en los años cincuenta en España
Carlos Arévalo
En el año 1952 sonaba en las radios de válvulas, en los patios de vecindad y en las mejores salas de fiesta de nuestro país aquello de «Cabaretera, mi dulce arrabalera, te quiero en mi pobreza y nunca he de cambiar». Era una de las más destacadas canciones de moda del momento, estrenada aquel mismo año en la lujosa Casablanca madrileña por su intérprete original, un apuesto venezolano llamado Lorenzo González que llegó a España para triunfar y quedarse.
Aunque era más joven que ellos, rivalizó artísticamente con compañeros y amigos de la talla de los ya citados Machín, Sepúlveda o Bonet de San Pedro que fueron ases de la canción romántica y números 1 de su tiempo. Con los dos últimos trabajó, además, en Super Sara Show en 1980, un espectáculo a modo de «revival» protagonizado por Sara Montiel en el que se recuperaban sus éxitos de antaño. Y es que, en la década de los sesenta debido a la llegada de nuevos ritmos como la canción italiana, primero o el rock y el pop, después, el interés por los solistas de su estilo había menguado considerablemente y, con ello, las ventas de discos y los contratos. No fue hasta la década siguiente, gracias a la bautizada como moda «camp», cuando aquellas primeras figuras regresaron a los escenarios y a los estudios de grabación, registrando en muchos casos con arreglos nuevos sus míticas canciones de los años cuarenta y cincuenta. Aquella segunda oportunidad duraría hasta entrados los ochenta en que, los que sobrevivieron como Lorenzo, seguirían en la brecha, paulatinamente reclamados por un público menor hasta ver, triste y forzosamente, que su trayectoria tocaba a su fin.
Lorenzo
González nació en la localidad venezolana de Panaquire en enero de
1923 y su pista se perdió hacia finales de los años 90 o comienzo
de los 2000. Varias personas que lo conocieron aseguran que falleció
en una fecha y lugar indeterminados. De vivir, acabaría de cumplir
el siglo. Parece mentira que el que, décadas atrás, fuera un ídolo
de la canción romántica en España, sea hoy un completo desconocido
tanto para el público como para TODOS los medios de comunicación. Y
lo más desolador es que, además, nadie sepa oficialmente cuándo
nos dejó, ni siquiera las sociedades españolas de gestión de
derechos artísticos. Otro ejemplo de imperdonable ostracismo en
nuestra cultura.
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