Carlos Arévalo
La película Historias de Madrid (Ramón Comas, 1957) representa un sainete típico madrileño en varias estampas que parte de la declaración de ruina de una casa de vecinos en un barrio popular. Se trata de la ópera prima del cineasta tangerino Ramón Comas, autor también del argumento junto a su colaborador Joaquín B. Muro.
La crítica a la situación económica de la época y en definitiva a la política del Régimen que se esforzaba por acomodar su paso a los nuevos tiempos, le granjeó a la productora UCE Films serios problemas con la censura oficial. Éste sería el principal motivo de la demora en casi dos años del estreno de la película que finalmente tuvo lugar en los cines Actualidades, Beatriz y Panorama de la capital española, el 31 de enero de 1958.
La acción se sitúa en la época real del rodaje a finales de la década de los cincuenta. Entonces ya se hablaba del exorbitado precio de los pisos en Madrid y de las interminables esperas de la clase trabajadora a la hora de solicitar viviendas sociales al Ayuntamiento. Esta temática será habitual en títulos inmediatamente posteriores como El inquilino (José Antonio Nieves Conde, 1958) o El pisito (Marco Ferreri e Isidoro M. Ferry, 1959).
La vil especulación inmobiliaria disfrazada de beneficioso progreso y la impasible amenaza de la piqueta -tan en boga todavía hoy en la destrucción del patrimonio urbanístico- se cierne sobre una modesta comunidad tradicional de vecinos que son el vivo ejemplo del Madrid de antaño demostrando una unidad inquebrantable y una feliz convivencia. Los habitantes del edificio sito en la ficticia calle del General Mendieta número siete, bien podrían ser los del 13, Rue del Percebe que Francisco Ibáñez dibujó con incomparable maestría. E incluso podrían ser antepasados de los inquilinos de exitosas series televisivas de nuestros tiempos como Aquí no hay quien viva o La que se avecina.
La cinta, premiada con el Olivo de Oro en Italia y seleccionada por el Festival de Cine de Edimburgo, es un retrato costumbrista de una sociedad trabajadora y hacendosa que siempre salía adelante a pesar de las indiscutibles estrecheces que padecía. Es el Madrid con claras reminiscencias de poblachón manchego en cuyos barrios imperaba un carácter colaborativo y ejemplar. El bullicioso entorno que sirve para ambientar la ficción era en la realidad el de las corralas típicas donde la algarabía y las discusiones a través del patio de vecindad, ropa tendida de por medio, eran algo habitual. La vida se hacía en aquellos patios y la alegría emanaba de las cosas más simples, como darle un trago al botijo. Eran gentes humildes pero de una inmensa humanidad que demostraban constantemente ayudándose entre ellos.
Historias de Madrid es una comedia urbana coral en la que el reparto es sencillamente sugestivo. Tras las dos parejas protagonistas se encuentra una poblada nómina de intérpretes de una categoría irrepetible. Tony Leblanc siempre acertado al plasmar tipos madrileños es Pablo, cobrador del autobús de la línea tres, pícaro y liante, y Licia Calderón –anunciada en los créditos como Lycia– es Mari Pepa, una joven camarera de una moderna cafetería, espabilada y coqueta. El otro tándem lo forma Mario Morales que interpreta a Felipe, un castizo «echao pa’lante» junto a María José Gil que es Rosa, modistilla algo naif y aspirante a cupletista. El deje castizo es notorio en varios momentos hilarantes de esta cinta, como cuando él se entera de que quiere probar suerte en el mundo de la canción y dice:
-Para cantar hay que tener más sexapel de ese
Y ella responde:
-¿Y eso qué es?
-Pues una cosa que le gusta a to’ el mundo
Una de las intervenciones estelares es la de Antonio Riquelme, imprescindible actor español de los llamados característicos, que borda el rol de don Sergio, suboficial retirado y veterano de la guerra de África cuyos recuerdos se le agolpan nublándole la perspectiva:
-Cuando yo era joven soñaba con ser héroe y tener una estatua como Cascorro
El conjunto de los vecinos reconstruye también una sociedad patriarcal y pacata en la que el ama de casa sufridora, trabajaba más que nadie sin ningún reconocimiento. Así lo da a entender una rolliza Josefina Serratosa en la piel de «la Engracia» que prepara la tartera con la comida a su marido para que se la lleve al trabajo. Lucas, su cónyuge, interpretado por un siempre eficaz Ángel Álvarez, se queja de que repita el menú con tanta frecuencia:
-¿Otra vez bacalao con tomate?
Y le contesta ella ofendida:
-¿Y qué quiés, langostinos?
Cabe mencionar la breve aparición en la película de excelentes actores que años más tarde adquirirían un destacado protagonismo como Jesús Puente, Luis Ciges o Luis Barbero. El rodaje de interiores tuvo lugar en los desaparecidos Estudios Chamartín y los escenarios exteriores se localizaron en puntos de la ciudad cuyo recorrido es realmente interesante para situarnos en aquel contexto:
Todo comienza en la plaza de Cibeles cuya protagonista, la mismísima diosa, se erige en narradora de la historia. También aparece la iglesia de San Nicolás sita en la plaza homónima; allí el promotor inmobiliario, bajito y cascarrabias que encarna un ya veterano Mariano Azaña, le pide al santo que se hunda el edificio para poder hacer una obra de doce pisos en dicho solar.
La entrada al taller de la casa de modas Pedro Rodríguez donde cuchichean y trabajan las modistillas se ubica en un gran inmueble del paseo de la Castellana esquina a José Ortega y Gasset; el estanque del Retiro no podía faltar en una película de corte popular pues es la localización idónea para la diversión juvenil. Allí unos miembros de la tuna reman en sus barcas y flirtean con las chicas.
También quedaron inmortalizados en este largometraje negocios ya desaparecidos como la cafetería Daiquiri en la calle de San Bernardo, 5, donde trabaja Mari Pepa o la histórica sala de fiestas Casablanca en la Plaza del Rey, de donde salen tras una divertida velada la citada joven y el crápula donjuán que interpreta un impecable Mariano Asquerino.
Las verbenas tan vinculadas al carácter festivo de Madrid tienen su pequeño tributo en la escena en la que bailan varias parejas, rodada junto a la ribera del Manzanares a la altura del puente de la Reina Victoria. Y el cementerio donde se emborracha Pablo junto al guarda Ciriaco, en un inolvidable papel de Xan das Bolas, es la Sacramental de San Lorenzo al otro lado del río.
A través de los carteles fijados en las paredes del barrio, el ávido espectador puede encontrar varias referencias cinematográficas a películas contemporáneas de ésta y con acentuada raigambre como Calabuch (Luis García Berlanga, 1956), Malvaloca (Ramón Torrado, 1954), Marcelino, pan y vino (Ladislao Vadja, 1955), Novio a la vista (Luis García Berlanga, 1954) o Ronda española (Ladislao Vajda, 1952).
La música juega un papel primordial en el largometraje. La autoría de la banda sonora la firma el prolífico Jesús Franco que trabaja además como ayudante de dirección de Comas. Colabora Enrique Pinilla y se utilizan también composiciones del maestro Padilla como la tan evocadora Estudiantina madrileña, un clásico de la tuna que no podía faltar aquí o Bajo el cielo de Madrid con letra de Muñoz Román, canción con la que la dulce Rosa gana el concurso radiofónico al que se presenta por teléfono a pesar de la oposición materna.
Imborrables son algunas escenas pintorescas como la que representa una calurosa noche del estío madrileño en la que los vecinos, pertrechados cada uno con su silla, salen a charlar a la fresca y a solucionar sus conflictos en una improvisada junta. Mientras suena un pasodoble en la radio de galena, los niños juegan alrededor o, exhaustos, se quedan dormidos.
Historias de Madrid es un canto a aquel extinto y encantador ambiente matritense, a sus tabernas con solera donde constantemente se celebraban partidas de mus entre parroquianos y se bebían baratísimos chatos de vino de Valdepeñas para celebrar cualquier instante. En la escena de la tasca, Manuel Requena simboliza a ese afable vecino que parece que estuvo siempre ahí, esperándonos para jugar a las cartas y refrescar el gaznate.
Aparece también aquel Madrid de caballeros de orden y buenos modales con traje y sombrero en una situación rocambolesca de tintes surrealistas como cuando acaban todos los pasajeros del autobús detenidos y tienen que responder ante un imponente comisario que al que representa Teófilo Palou.
Otros de los mejores planos del filme los protagonizan los amotinados vecinos en pijama, asomándose a las barandillas de los pisos y arrojando verduras y huevos a los bomberos municipales que se disponen a desalojar el inmueble. Ante el inminente desenlace, nuevamente Riquelme brilla con luz propia desempeñando uno de los papeles más divertidos de su carrera cinematográfica. Espada en mano y liderando la defensa vecinal como si de una hazaña bélica se tratara y tuviera a sus órdenes a todo un ejército, les exige disciplina y obediencia al mando.
Hermosa aunque predecible, la cinta remata con un final amable para todos. Los cuatro enamorados consolidan su relación, Rosa triunfa en el certamen musical, el especulador se queda con el preciado solar y el concejal Cartagena, al que da vida Sergio Mendizábal, les proporciona a los damnificados pisos nuevos con llaves y contratos en mano. El jolgorio a ritmo de organillo y los vivas a Madrid no se hacen esperar.
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