Foto: Gianni Ferrari

Le ocurría lo que a muchos actores españoles de su generación, transmitía humanidad. Y lo hacía con una sencillez y una naturalidad apabullante. Como si fuera fácil. En cualquier película salía Manolo Morán (Madrid, 1905-San Juan de Alicante, 1967) y te quedabas con él, te atrapaba, ya lo considerabas amigo tuyo. Uno pensaba: «Con éste voy al fin del mundo si es necesario». Y es que los personajes, los llamados tipos que solía interpretar en la gran pantalla le iban como anillo al dedo, papeles cómicos de hombre simpático, dulce, afable y honrado. 

Manolo guardia urbano es quizá su trabajo más recordado donde el espectador nota cómo la ternura le cala hasta el tuétano pero hay más, muchos más títulos en los que Morán está como era, simplemente maravilloso. Bienvenido Míster Marshall, Los ángeles del volante, Recluta con niño, El pobre GarcíaAquí hay petróleo... Han pasado más de cincuenta años desde que nos dejó, muy enfermo, en su retiro alicantino -era la primavera del 67 y apenas acababa de entrar en la sesentena- pero Manolo -don Manuel- Morán es uno de esos artistas eternos como su compañero y amigo Pepe -don José- Isbert a los que seguiremos añorando como si se hubieran ido ayer.

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