Hoy se cumplen 35 años de la desaparición del cantante Pucho Boedo
Carlos Arévalo
José Boedo Núñez (1929-1986) como realmente se llamaba, conquistó a partir de los años cincuenta, la gloria de la canción melódica española al frente de diversas orquestas gallegas como Los Trovadores de Alfonso Saavedra o Los Satélites aunque fue en la década siguiente como cantante de Los Tamara cuando disfrutó de su etapa más recordada. La Coruña lo vio nacer, triunfar y morir y sus miles de seguidores no lo han olvidado aunque hayan pasado 35 años desde que nos dejó con tan sólo 57 y es que, como cariñosamente dicen al evocarlo por allí: «¡Puchiño era moito Puchiño!».
Dos monumentos, una calle y una placa
No son en absoluto habituales en España los homenajes populares a los artistas desaparecidos pero con Pucho Boedo existe una entrañable excepción. Y es que a falta de un monumento en su memoria, el añorado intérprete cuenta con dos que se erigieron a título póstumo en su ciudad del alma: una estatua a tamaño natural en el barrio del Ventorrillo y una piedra con su imagen tallada en plena Ciudad Vieja, además de una placa en la zona de A Silva donde pasó su infancia y una calle con su nombre en Santa Cristina, próxima a su residencia de los últimos tiempos.
El cantor del pueblo
Es frecuente cada año, leer en la prensa local la convocatoria de reuniones de vecinos y amigos o de tributos musicales que recuerdan al ídolo, a un hombre cuya definición siempre coincide en palabras de los que lo trataron: generoso, sencillo y comprometido con sus raíces. Era, como bien dijo el escritor Manuel Rivas, «el cantor más venerado por las gentes humildes». El documental Un crooner na fin do mundo dirigido por Xurxo Souto hace unos años también contribuyó a reivindicar su importante huella en la música tanto en nuestro país como en el extranjero pues su voz, su carisma y su manera de cantar fueron todo un símbolo para la emigración gallega en los años sesenta.
Trotamundos épicos
La trayectoria de Los Tamara, que había fundado en Noya su buen amigo Prudencio Romo, fue verdaderamente legendaria, viviendo una historia digna de una novela de aventuras mientras recorrían Europa, América y el Norte de África cantándole al amor, a la vida y a su tierra, de la que nunca se olvidaron. Grabaron hasta en siete idiomas y compartieron escenario con figuras de renombre como Jacques Brel o Charles Aznavour con quienes coincidieron en el mítico teatro Olympia de París, entonces el templo de la música en Francia. Les llovían los contratos y en Madrid sus conciertos eran habituales en las más prestigiosas salas de fiesta del momento.
Pioneros cantando en gallego
Con ellos, Boedo alcanzó éxitos a nivel internacional tanto con temas propios como versionando multitud de canciones de moda como El mundo, Venecia sin ti, El reloj... y, junto a ellos, fue uno de los pioneros en grabar en gallego, años antes de que lo hicieran otros artistas como Andrés do Barro o Juan Pardo. Se atrevieron incluso a musicar poemas de ilustres paisanos como Curros Enríquez o Rosalía de Castro logrando calar así en un público poco acostumbrado a aquellas letras.
Nadie volvió a cantar como Pucho piezas tan emblemáticas como las que dejó en la memoria colectiva: A Santiago voy, Negra sombra, O vello e o sapo, Galicia terra nosa, Morriña, Mi tierra gallega y un largo etcétera. Las nuevas generaciones a las que, con casi toda seguridad, ni les suena el nombre de Pucho Boedo, deberían descubrir el legado musical de este trovador que fue una de las mejores voces románticas españolas del siglo XX y uno de los más destacados embajadores artísticos que ha tenido Galicia en el mundo entero.
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